Había una vez, en un reino muy lejano, una hermosa princesa a la cual le encantaba pasear por el campo; un día, en medio de sus habituales caminatas, vio tirado en medio del camino, un pequeño cerdito, herido de sus patitas, dejado solo a su triste suerte; al ver este cuadro, la princesa se compadeció del pobre animalito y ordenó a uno de sus pajes, que recogiera al cerdito, lo llevara al castillo y lo pusiera bajo los cuidados del mejor veterinario del reino; semanas despues de este incidente, la princesa ordenó que le trajeran al cerdito, que para estas alturas ya se había recuperado completamente.

Con el paso de los días el cerdito se fue acostumbrando a la vida en el palacio, a su ducha matinal, a estar siempre perfumado, a comer los más deliciosos manjares, en fin, a vivir como un principe, hasta que un día la princesa decidió dar otro paseo por el campo, y ¡que mejor pareja para compartir este paseo que su amado cerdito!; a medida que paseaban por las praderas del reino, el cerdito saltaba y hacia resonar su cascabel con alegría, hasta que de pronto, pasaron cerca de un charco de lodo sucio, donde las moscas y otros insectos rastreros pululaban; al ver esto, el cerdito sin pensarlo dos veces corrió hacia el charco, revolcándoce y hurgando en el lodo hasta ensuciandose por completo, cuando por fin reaccionó y miró a la princesa, se quedó pasmado encontrar una expresión de asco en el rostro que cada día lo miraba con ternura, el cerdito trató de acercarce y acariciar con su pequeño hocico a la princesa, pero esta, se dió la vuelta y lo dejó abandonado en medio del charco.